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Al escritor y Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, no se le recuerda tanto por sus novelas, todas inmortales, sin por una frase banal que los medios de comunicación y una clase política ignorante han ido amplificando a lo largo del tiempo.
En agosto de 1990 durante el encuentro “La experiencia de la libertad” organizado por la revista Vuelta y transmitido por Televisa, Vargas Llosa pronunció allí una de sus frases más conocidas: “México es la dictadura perfecta”.
Ante el estupor de los presentes, principalmente del escritor mexicano Octavio Paz, el peruano pidió que no se le considerara un mal invitado por lo que iba a decir.
“Yo quisiera comentar brevemente la brillante exposición de Octavio [Paz]. Él dice que en la descripción que hice de la transición hacia formas abiertas de sociedad de América Latina, él no encontraba el caso de México, y al describir el caso de México, en cierta forma tengo la impresión que ha exonerado a México de lo que ha sido la tradición dictatorial latinoamericana”, comenzó su reflexión.
“Espero no parecer demasiado inelegante por decir lo que voy a decir. Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas. Creo que el caso de México, cuya democratización actual soy el primero en celebrar y aplaudir como todos los que creemos en la democracia, encaja dentro de esta tradición con un matiz que es más bien el de un agravante. Yo recuerdo haber pensado muchas veces sobre el caso mexicano con esta fórmula: México es la dictadura perfecta”, dijo, en un momento en que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) aún conservaba el dominio político del país.
Ante la mirada atenta de Paz —quien recibiría el Premio Nobel de Literatura dos meses después— Vargas Llosa añadió: “La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la URSS, no es Fidel Castro. Es México, porque es la dictadura camuflada de tal modo que puede parecer que no es una dictadura, pero tiene, de hecho, si uno escarba, todas las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido, un partido que es inamovible”.
Vargas Llosa volteó a ver a Octavio Paz y continuó su argumento, en este caso sobre el papel que los intelectuales representaron en los gobiernos del PRI: “Un partido que concede suficiente espacio para la crítica en la medida en que esa crítica le sirva porque confirma que es un partido democrático, pero que suprime por todos los medios, incluso los peores, aquella crítica que de alguna manera pone en peligro su permanencia”.
“Una dictadura que, además, ha creado una retórica que la justifica. Una retórica de izquierda para la cual, a lo largo de su historia, reclutó muy eficientemente a los intelectuales, a la inteligencia. Yo no creo que haya en América Latina ningún caso de sistema, de dictadura, que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándolo de una manera muy sutil: a través de trabajos, a través de nombramientos, a través de cargos públicos. Sin exigirle una adoración sistemática, como hacen los dictadores vulgares. Por el contrario, pidiéndole más bien una actitud crítica, porque esa era la mejor manera de garantizar la permanencia de ese partido en el poder”, mencionó mientras Paz tomaba notas.