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Investigaciones científicas internacionales han identificado vínculos entre la contaminación del aire y un aumento en los riesgos de demencia, depresión, ansiedad y psicosis, de acuerdo con un análisis publicado en Nature. Estudios recientes han señalado que incluso niveles bajos de exposición a contaminantes pueden afectar el cerebro, lo que ha generado preocupaciones globales sobre el impacto de la calidad del aire en la salud mental y cognitiva.
Un estudio clave de 2023, basado en más de 389,000 participantes del UK Biobank, concluyó que la exposición prolongada a partículas en el aire, óxido nítrico y dióxido de nitrógeno estaba relacionada con tasas más altas de ansiedad y depresión. Otro estudio, llevado a cabo en Escocia durante 16 años, encontró que la exposición acumulativa a dióxido de nitrógeno aumentaba las hospitalizaciones por trastornos mentales y de comportamiento.
Los hallazgos no se limitan a enfermedades mentales. Investigaciones en niños y animales han mostrado que la contaminación del aire puede alterar el desarrollo del cerebro, afectando la conectividad de las áreas cerebrales e interfiriendo con las funciones cognitivas. Por ejemplo, estudios en Ciudad de México revelaron que los niños expuestos a altos niveles de contaminación presentaban lesiones en las conexiones de la sustancia blanca del cerebro, lo que impactó su rendimiento en tareas cognitivas.
A pesar del creciente volumen de evidencia, los investigadores advierten que los estudios observacionales no permiten identificar claramente los mecanismos biológicos responsables. Factores como condiciones socioeconómicas y otros riesgos para la salud complican el análisis. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 99% de la población mundial respira aire con niveles de contaminación superiores a los recomendados, lo que subraya la necesidad de medidas urgentes.
El impacto de la contaminación también varía según el tipo de partículas presentes en el aire, que incluyen gases tóxicos, partículas finas y ultrafinas. Estas últimas, debido a su tamaño, tienen mayor capacidad de penetrar en el organismo y alcanzar el cerebro. Sin embargo, su monitoreo no se realiza de forma rutinaria en muchas partes del mundo.
Para abordar estas interrogantes, los estudios en laboratorio están proporcionando nuevas evidencias. Experimentos en animales han mostrado cambios en el cerebro que van desde alteraciones anatómicas hasta daño celular y molecular, vinculados a inflamación y estrés oxidativo. Estas respuestas inflamatorias podrían ser un factor clave detrás de las condiciones neurodegenerativas y mentales relacionadas con la exposición a la contaminación.
Ante estos desafíos, expertos en salud pública y neurociencia instan a una mayor regulación de la calidad del aire y a estudios más detallados sobre los efectos de contaminantes específicos en el cerebro. La pregunta central, según Ian Mudway, toxicólogo ambiental del Imperial College de Londres, sigue siendo: “¿Qué componentes de la contaminación del aire son los responsables de estos efectos?”