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Acapulco huele siempre a literatura. Pienso que Acapulco ha sido nombrado por cuatro tipos de escritores, primero: los nacidos en Acapulco que aún viven en Acapulco. En ese grupo están Antonio Salinas, que con su poemario Serial, y Ari J. González, con Sacrifican a pareja híbrida en la entrada de una casa, fueron los primeros en abordar la violencia en este puerto desde la poesía.
Le siguen Édgar Pérez, con su libro de cuentos: No culpes a la playa, donde aborda el mundo íntimo-amoroso-criminal, presente en todas las médulas de este lugar; Geovanni Rodríguez, que con una apuesta poética novedosa, rescata la memoria histórica de la zona arqueológica de Palma Sola; Azul Ramos con su poemario Cuerpos, visibiliza los cuerpos asesinados arrojados en las calles de Acapulco; y Luis Ricardo Palma, que en Días de sangre, relata una de las tantas balaceras en Acapulco.
El segundo grupo lo componen los que viven o vivieron en Acapulco pero que no nacieron aquí como José Agustín, con su mítica novela Se está haciendo tarde, (final de la laguna) y su largo viaje de paraíso-sexo, drogas-infierno, de la mano de Virgilio, en un limbo ya decadente. Francisco Tario, con Acapulco en el sueño, que muestra un lugar idílico, acompañado de las fotografías de Lola Álvarez Bravo y la desnudez de personajes nativos; Federico Vite, con su novela Bajo el cielo de Akapulco, en clara referencia a la canción de José Agustín Ramírez, pero Acapulco escrito con K de AK 47; Jeremías Marquines, con Acapulco Golden y el mítico paso de Malcolm Lowry por Acapulco, la primera vez que visitó México; Geovani de la Rosa, con el cuento Aquellas noches de perro tiburón, que vive el vértigo de la noche y del amor; Vanessa Hernández en busca del padre, la relación conflictiva con la madre y el paso del huracán Paulina; José Dimayuga y el mundo homosexual del puerto; Luis Zapata y sus Siete noches junto al mar; y Paul Medrano con las historias de Chalino Sánchez en una universidad privada en Acapulco construida con recursos públicos.
En tercer grupo lo componen los que nacieron en Acapulco pero que ya no viven en el puerto como Julián Herbert, con Canción de tumba y el encuentro con la muerte y sus demonios siempre vivos de Acapulco, o en su libro de crónicas Ahora imagino cosas al que guía otro Virgilio hasta llegar a las puertas del Cereso de Acapulco; Iris García, con 36 toneladas donde también aborda la violencia y las conexiones entre el mundo criminal y los que nos gobiernan; Brenda Ríos y sus cosas que se desgastan con el uso; Marxitania Ortega, que en Guerra de guerrillas, narra lo que significó ser la hija de un guerrillero; Roxana Cortés, con su Océano madre, y sus dudas sobre la maternidad; Ángel Vargas y el adentro de la diversidad sexual; José Luis Zapata y su Acapulco apocalíptico con Nadie duerme con ropa en Acapulco; Astrid Paola Chavelas con Acapulco en breve, donde uno de los cuentos es la migración y el no encajar en las grandes discotecas de la Escénica.
Por último, está el grupo de los que sólo visitaron Acapulco en algún momento o en varios momentos de sus vidas como Julio Sesto, quien escribió La Reina de Acapulco donde narra la llegada de un grupo de ingenieros responsables de la construcción de la primera carretera federal Ciudad de México-Acapulco y sus romances con recatadas señoritas acapulqueñas, quienes no podían cruzar la loma que aún separaba el Malecón para llegar a la playa Caleta; está Malcom Lowry, cuya novela inédita La mordida, se publicó el año pasado, donde narra el infierno que le hicieron pasar los agentes aduaneros de un Acapulco a punto de ser el epicentro del Jet Set, una época de lujo y glamour inolvidable. Mención especial merece Ricardo Garibay, con su crónica-reportaje Acapulco, quien entrevista a Rubén Figueroa y cuenta cómo logró bajar a los 'paracaidistas' y convencerlos de irse a vivir a Ciudad Renacimiento; Rosa Beltrán aparece con el relato Acuérdate de Acapulco, que, con la mirada del turista, 'retrata' los últimos rescoldo de la época de oro de Acapulco; Rafael Aviña Rafael, con Orson Wells en Acapulco o el misterio de la Dalia negra; y Guadalupe Loaeza, con el libro Acuérdate de Acapulco, quien hace una especie de recorrido turístico-histórico del puerto, sus anécdotas y mejores momentos del Acapulco dorado; Analí Lagunas, con su libro de cuento De indómita naturaleza, narra la pedofilia siempre existente en Acapulco con la indolencia de todos y la complicidad de empresarios y algunos políticos acapulqueños.
A esta primera clasificación, se le sumaría un segundo estrato compuesto por las y los que escriben desde el eslogan Acuérdate de Acapulco (por cierto acuñado por Agustín Lara en el Jet Set de Acapulco y la época de oro del cine mexicano) que, puso de moda Alejandra Frausto entre 2011 y 2013, cuando fue secretaria de Cultura en Guerrero. En contraste, hay otros que escriben desde Acapulco Ahora, frase acuñada por el artista visual Luis Vargas que refleja lo que en realidad es este laberinto llamado Acapulco y no un pasado que no volverá y que tanto daño a hecho a su gente y al municipio de Acapulco.
Hace un par de años, reflexionábamos con Luis Vargas que justo ese eslogan tan utilizado y trillado de Acuérdate de Acapulco, ya no nos representa. Incluso, nos fastidia un poco, porque en ese afán y en esa mirada de fuera, de ver Acapulco con la nostalgia del pasado, se invisibiliza el Acapulco Ahora y el Acapulco ahora tiene que ver con las violencias, con la descomposición política, con la presencia del crimen organizado en la vida cotidiana, con los cinturones de pobreza, con la exclusión, el abandono, la falta de mantenimiento, la permisibilidad que se niega a ir de Acapulco, la indolencia y la servidumbre. Y ahora, también tiene que ver con los desastres socialmente construidos como los huracanes Otis en 2023 y John en 2024 y las escasas puertas o posibilidades para resignificar, entre todos y todas, entre autoridades, empresarios, comunidad cultural y sociedad civil organizada, de nuevo Acapulco, tal parece que nunca hubo ni habrá salida para Acapulco que está condenado como sus olas a repetirse mansamente por la eternidad.
Decía al principio que Acapulco siempre huele a literatura y después del Otis serán otras historias las que se escriban y tal vez los escritores y escritoras acapulqueñas aún no lo asimilan del todo y aunque quisieran no pueden escribirlo, porque tal vez en estos momentos todo el empeño de los tres niveles de gobierno y de los empresarios está en la reconstrucción de Acapulco después del paso de los dos huracanes.
Están apurados en ofrecer camas disponibles, en volver a colocar a Acapulco como uno de los destinos turísticos de México, pero están cometiendo el mismo error del siglo pasado: están dejando fuera a su gente.
Los proyectos contemplados en el Centro Integralmente Planeado para el programa "Acapulco se Transforma Contigo", presentados en la emblemática Sinfonía del Mar, se centran en el turismo y no en otras opciones de desarrollo económico, ni en la zona rural del municipio como lo reconoció la presidenta Claudia Sheinbaum en su reciente visita a Acapulco.
Decía Humboldt que Acapulco es un lugar donde la riqueza está de paso y tal parece que es su destino manifiesto: todo lo que sucede en Acapulco es de paso, efímero, hechizo, nada permanece, todo se quiebra y renace, todo se aleja y todo vuelve. Acapulco es como sus olas, va y viene, como el mar, tan apacible y sin memoria, devuelve a los hombres vivos como ahogados.
Pero Acapulco también es el hogar que a todos recibe, sin importar su procedencia ni el color de su alma, ahí está siempre, descarado, indolente y permisible, tal vez todo esto lo convierte en ese lugar misterioso y permanente donde la literatura del Acapulco ahora está por escribirse.