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El huracán Paulina, que azotó las costas de Chiapas, Oaxaca y Guerrero del 6 al 10 de octubre de 1997, se recuerda como uno de los fenómenos meteorológicos más destructivos en la historia reciente de México. Con una trayectoria que llevó sus vientos y lluvias a las regiones costeras del Pacífico, Paulina alcanzó la categoría 4 en la escala Saffir-Simpson, considerada extremadamente peligrosa. Los vientos superaron los 210 km/h y las rachas alcanzaron hasta los 240 km/h, generando devastación en gran parte de la zona afectada.
El impacto más severo se registró en el puerto de Acapulco, Guerrero, donde las intensas lluvias asociadas al huracán provocaron graves daños. En solo cinco horas, la precipitación acumulada superó los 400 mm, un volumen equivalente a la tercera parte de la lluvia promedio anual. Esto derivó en deslizamientos de tierra, inundaciones y el desbordamiento de ríos como el Camarón y el Papagayo. Estos cuerpos de agua, tras superar su capacidad, arrastraron lodo, escombros y rocas, afectando tanto a zonas urbanas como rurales. Las principales avenidas de Acapulco, como la Cuauhtémoc y la Costera Miguel Alemán, quedaron cubiertas de sedimentos y materiales arrastrados por las fuertes corrientes.
El saldo humano fue trágico: más de 120 personas perdieron la vida, principalmente en asentamientos irregulares ubicados en áreas propensas a derrumbes, como barrancas y laderas empinadas. La falta de una adecuada planeación urbana en estas zonas vulnerables agravó el número de víctimas. Además, más de 5,000 viviendas fueron destruidas y otras 25,000 resultaron con daños menores. En algunas áreas, como la colonia Progreso, el río Camarón arrastró automóviles, destruyó casas y postes de luz, y dejó a cientos de personas atrapadas.
El huracán Paulina también causó importantes daños materiales estimados en aproximadamente 300 millones de pesos. Se registraron cortes en las principales vías de comunicación, incluidos puentes y carreteras, que dejaron incomunicadas varias localidades. En Acapulco, los aeropuertos y el sistema de energía eléctrica quedaron fuera de servicio durante varios días, afectando a más de 110,000 familias en municipios como Ometepec, Cuajinicuilapa y Chilpancingo. El sistema de abastecimiento de agua potable también se vio comprometido debido a la destrucción de las tuberías por la fuerza de las crecidas.
Además de los daños a la infraestructura, el huracán golpeó fuertemente la economía local. El sector agrícola fue uno de los más afectados, con pérdidas de cultivos en más de 140,000 hectáreas, especialmente en áreas rurales donde se producían maíz, frijol y café. Las plantaciones cafetaleras sufrieron una pérdida estimada entre el 50% y el 60% de su producción, lo que representó un impacto económico significativo para las comunidades que dependían de este cultivo.
En términos ecológicos, el huracán Paulina dejó daños que tardarían años en recuperarse. Según expertos, la destrucción de árboles, palmeras y otras especies en extensas zonas boscosas tropicales afectó de manera irreversible el entorno natural, y se estimaba que la recuperación ambiental podría tomar hasta 15 años.
A 27 años del paso de Paulina, este evento sigue siendo un recordatorio de la vulnerabilidad de las costas mexicanas ante los ciclones tropicales. Las lecciones aprendidas subrayan la importancia de contar con sistemas de prevención más efectivos, especialmente en áreas de alto riesgo donde las viviendas están expuestas a fenómenos naturales extremos. Asimismo, el huracán puso en evidencia la necesidad de una mayor regulación en la planificación urbana para evitar la construcción en zonas propensas a deslizamientos e inundaciones.